Mi viaje a Nápoles del año pasado, empezó en 2015 con una valla publicitaria encontrada en un parque de Bolonia, donde decía que Nápoles “no era un lugar común, y así lo pude comprobar, encontré una ciudad cuya belleza podría estar en su decadencia, pero no en su suciedad, en su abandono total. Una ciudad en manos de diferentes clanes de la Camorra que dicen viven en un estado de guerra permanente, para asegurarse el control del territorio.
El Estado no existe en Nápoles, sucia a no poder más el escritor Roberto Saviano, amenazado por la Camorra, documentó que «los clanes mafiosos pagan 50 euros por cada incendio a un vertedero de basura» que obstaculizan las incineradoras para que el negocio de la eliminación manual prosiga. Saviano añadió que el problema de la basura no es solo de la ciudad, sino nacional. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Instituto Superior de Sanidad de Italia afirman que en Nápoles hay un 12% más de tumores que en el resto de Italia.
Según el fiscal jefe de Nápoles, Giovanni Melillo, las pandillas están por toda la ciudad y el principal criterio de reclutamiento es la capacidad de los jóvenes para ejercer violencia. «Los clanes delegan en ellos el negocio del narcotráfico y de la extorsión, un fenómeno preocupante pero marginal en comparación con la operativa [tradicional] de los clanes de meterse en la administración pública y los mercados financieros», dice. «Pero cuando las ‘paranzas’ se pasan con los asaltos, los jefes mayores intervienen para mantener la paz».
Pero fuera de lo anterior… hay museos, buena gente que te mira con cierta desconfianza, y una sucia decadencia que se deja fotografiar.